Vivía en un pueblo lejano de una costa fantasma, un hombre flaco y frágil, sembrador de ideas y amante de la poesía. Sus versos describían la belleza de la naturaleza y el sentido de vida. El encuentro con la palabra lo transformaba y exaltaba en su creación el manantial de vida y la ilusión del amor. Por instantes se enamoró de imposibles. La invención crecía y la búsqueda de una doncella lo obsesionaba. El reflejo de su expresión interior lo transportaba. Y las aves aleteaban en el firmamento, el amor era una quimera. El horizonte se hacía lejano. El amor con sus vibraciones no llegó. Pero irónicamente, el creador de versos, un día no despertó por falta de amor.
Por Luis I. Rodríguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario