En silencio observé una figura resplandeciente...
En la colina estuvo jadeando un pensamiento,
más allá del horizonte visualicé un relámpago
de amor cuyas venas recorrían el firmamento;
mi cuerpo se sintió inseguro y adolorido.
Y aquella energía corría en ráfagas, cuyas preguntas
indagaban por el valor de la existencia
en los espacios ilimitados de una sedienta voz
que clamaba amor, libertad, seguridad
en aquel abismo de inseguridad.
Y el silencio escuchaba los lamentos humanos
en profunda quietud al natural sonoro...
Los rayos abrumaban al humilde soñador.
Y la naturaleza sonreía al ver la tristeza humana,
la impotencia de aquel mendigante
que un día destruyó su ser...
Y los silbidos del viento acariciaban los instantes
en la oscuridad mental de aquella voz pausada
en las estaciones muertas que impedían ver
la esencia radiante de todo ser...
Y la calma subyugó lo eterno en todo
lo espaciotemporal, dando rienda
al encuentro con mis pensamientos,
despertando el silencio del alma
en el aposento del filosófico quehacer...
Y la ráfaga alcanzó mi ser
en la profundidad sonora de aquel
inmenso amor en el silencio de la noche...
Por Luis I. Rodríguez
En la colina estuvo jadeando un pensamiento,
más allá del horizonte visualicé un relámpago
de amor cuyas venas recorrían el firmamento;
mi cuerpo se sintió inseguro y adolorido.
Y aquella energía corría en ráfagas, cuyas preguntas
indagaban por el valor de la existencia
en los espacios ilimitados de una sedienta voz
que clamaba amor, libertad, seguridad
en aquel abismo de inseguridad.
Y el silencio escuchaba los lamentos humanos
en profunda quietud al natural sonoro...
Los rayos abrumaban al humilde soñador.
Y la naturaleza sonreía al ver la tristeza humana,
la impotencia de aquel mendigante
que un día destruyó su ser...
Y los silbidos del viento acariciaban los instantes
en la oscuridad mental de aquella voz pausada
en las estaciones muertas que impedían ver
la esencia radiante de todo ser...
Y la calma subyugó lo eterno en todo
lo espaciotemporal, dando rienda
al encuentro con mis pensamientos,
despertando el silencio del alma
en el aposento del filosófico quehacer...
Y la ráfaga alcanzó mi ser
en la profundidad sonora de aquel
inmenso amor en el silencio de la noche...
Por Luis I. Rodríguez
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