lunes, 28 de septiembre de 2009

LA LITERATURA, UN VIAJE...



“¡Cómo te pareces al agua,

alma del hombre!

¡Cómo te pareces al viento,

destino del hombre!

Goethe



Un caminante está presto a emprender el viaje por los abrojos del desierto cristalino. El cuadro insignificante de un pintor paisajista, costumbrista refleja en la mentalidad comprometida un análisis y una crítica constructiva en aras de abandonar el letargo y la modorra intelectual. Parece ser que el mundo de ilusiones se desvanece al tener que romper el hielo infecundo de la palabra en el trascender humano. Un oasis se abre paso en el horizonte de la soledad hacia la búsqueda de significados, bases del edificio cultural. La visión se nubla en lamentos pérfidos al no encontrar una viviente realidad más humana.


La crisis de nuestra sociedad está marcando la deshumanización y el caos de la ‘palabra’. Los símbolos lingüísticos parecen ser instrumentos sinsentido. El significado de las acciones carece de valor por la proximidad barbárica. El hombre está perdiendo su razón de ser. La Literatura no puede llegar a ser un pasatiempo frívolo y evasor de la realidad. Por el contrario, ‘ella’ debe examinar los viajes representativos de la condición humana en el cosmos. La tarea está en humanizar las relaciones interpersonales a través del uso de la palabra. El significado es el camino del encuentro personal con el ‘otro’. El ‘otro’ es mi espejo dialogal. Solamente cuando la palabra recobre su sentido real, el hombre será una palabra real.


El quehacer literario del pensante se escudriña e indaga en el ámbito de lo social. El hombre refleja su ser en la presencia del ‘otro’. Por eso, - dice Ernesto Sábato – “el individuo solo no existe: existe rodeado por una sociedad, inmerso en una sociedad, sufriendo en una sociedad, luchando o escondiéndose en una sociedad”[1].


La historia del hombre en la sociedad es una aventura cósmica, antropológica, epistemológica, axiológica y óntica en la búsqueda del sentido existencial. Todos pretendemos una salida digna a nuestras quimeras. Nuestros viajes parecen ser innecesarios e ilegítimos. Nadie enseña a viajar, a volar. Todos poseemos unas alas invisibles.


Aleteemos y dancemos al vaivén del pensamiento. Las ilusiones están ahí y ahora. El viajar posibilita descubrir el camino del laberinto inquietante en la descripción de nuestras dimensiones protagónicas en el quehacer literario y filosófico. “Viajar es siempre un poco superficial. El escritor de nuestro tiempo debe siempre ahondar en la realidad. Y si viaja debe ser para ahondar, paradojalmente, en el lugar y en los seres de su propio rincón”[2].


La historia de las ideas en el ámbito de la Literatura estará henchida de perennes viajes al significar nuestro yo en el mundo histórico. Desde ya, aprendamos a armar nuestra baca de ilusiones. La osadía ahondará la fuerza misteriosa del atrevimiento y del encantamiento personal. El asombro estará al amanecer, descubriendo la razón de la existencia viajera, dando frutos a la luz de los signos. El principiante – Usted / lector - tiene que aprender a sentir y a valorar la presencia significativa del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, cuando sale de la aldea en defensa de los débiles, resaltando los ideales caballerescos en las tres salidas al campo y reflejando su fe en los valores morales, espirituales. El pensamiento filosófico que guarda la obra enfrenta los conflictos existentes entre el idealismo quijotesco y el realismo de Sancho. Es verdad, cada cual guarda en su interior la personificación de Don Quijote y algo de Sancho, como aquél ser formado de un alma espiritual y de una carne perecedera[3].


El viaje del escritor guiará al curioso lector en el laberinto del ‘mundo de la vida’. La luz que emanan las palabras se transforma en cimientes del edificio discursivo propio. Nuestra tarea es ir tras de imposibles y disparatadas quimeras hacia la fáctica inteligibilidad axiológica. Así como “la tarea del escritor sería la de entrever los valores eternos que están implicados en el drama social y político de su tiempo y lugar”[4].


El principiante estará guiado por la invención maestra de aquel proyector de ‘situaciones excepcionales’. Guiados por el encantador, avancemos con Odiseo camino de Ítaca, venciendo los obstáculos impuestos por los dioses y lanzando una mirada al Infinito en señal de grandeza y sencillez por encontrar los caminos claroscuros del destino final: la felicidad, el encuentro consigo mismo. Como afirma Ramón García D. “nadie como él habrá de arrastrar mayores aventuras y desventuras para llegar a Ítaca. Su viaje será el más largo y penoso de cuanto hombre alguno pudo emprender, pero al final logrará abrazar a su esposa e hijo”[5].


El viaje tiene que trascender las entrañas del hombre. La historia concretiza un momento existencial en el deambular del significado. El hombre pensante tiene que ejercitarse en una hermenéutica del vivir. Con razón, “el poeta que contempla un árbol y que describe el estremecimiento que la brisa produce en sus hojas, no hace un análisis físico del fenómeno, no recurre a los principios de la dinámica, no razona mediante las leyes matemáticas de la programación luminosa: se atiene al fenómeno puro, a esa impresión candorosa y vivida, al puro y hermoso brillo y temblor de las hojas mecidas por el viento”[6].


La cotidianidad no es efímera, sino que, es el motor y el producto razonado de las transformaciones cíclicas en las que, el protagonista - lector vislumbra un trascender en el ámbito de la Historia concreta del ‘ser’. Por eso, “en medio del desastre y del combate, inmersos en una realidad que cruje y se derrumba a lo largo de las formidables grietas, los artistas se dividen en aquellos que valientemente se enfrentan con el caos, haciendo una literatura que describe la condición del hombre en el derrumbe; y los que, por temor o asco, se retiran hacia sus torres de marfil o se evaden hacia mundos fantásticos”[7].


El viaje literario encarna una constante búsqueda de tesoros posibilitantes: las utopías. Cada cual busca el estro poético en la caja misteriosa del argumento de la vida. El itinerario ideado despertará al hombre del caos, lanzándolo a la búsqueda de la plena significación existencial cuando aprenda a dar testimonio de su realidad viviente y revele algo de lo desconocido a través del lenguaje y del ‘otro’ rumbo a la felicidad. Es - recordando el canto de la Odisea - en el que Ulises logra arribar a las costas de Eolia, ganándose la voluntad divina, “Eolo trabó profunda amistad con Ulises y, al despedirse, le entregó todos los vientos adversos encerrados en un gran odre, haciendo que una bonancible y poderosa brisa hinchase sus velas rumbo a Ítaca”[8].


El viaje programado evidenciará el testimonio dramático de aprender a generar ideas que transformen la crisis de la sociedad y crezca la Literatura, - como dice Sábato - “esa híbrida expresión del espíritu humano que se encuentra entre el arte y el pensamiento puro, entre la fantasía y la realidad, puede dejar un profundo testimonio de este trance, y quizá sea la única creación que pueda hacerlo”[9].


El viaje literario programado palpa - a través de la ‘palabra’ en las obras - la relación existente entre el idealismo y el realismo, entre el subjetivismo y el objetivismo. La problemática humana irrumpe en el quehacer epistemológico en la búsqueda de sentidos. La Literatura alerta al hombre a indagar por la soledad, la vida, la existencia, la nada, la dialéctica... y, problematiza a la tecnología en su afán por destruir al hombre; a las Ciencias por las investigaciones deshumanizantes... El hombre se ha vuelto enemigo de sí mismo y de su congénere. El ‘otro’ se ha cosificado. Las cosas han adquirido valor y las palabras son sinsentidos o fantasmas a la vera del camino.



El viajero tendrá que ser aquella gaviota planeadora surcando el firmamento, ideando quimeras humanas en pro de la Cima y de la Verdad.


[1] SABATO, Ernesto. El escritor y sus fantasmas. Editorial Seix Barral S.A. Barcelona, 1997. Pág. 16.

[2] Ibídem. Pág. 18.

[3] CERVANTES SAAVEDRA, Miguel de. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Editorial Panamericana. Bogotá, 1997.

[4] SABATO, Ernesto. Ibídem. Pág. 81.

[5] GARCIA D., Ramón. ¡Por todos los dioses...! Editorial Norma. Bogotá, 1996. Pág. 93.

[6] SABATO, Ernesto. Ibídem. Pág. 84.

[7] Ibídem. Pág. 104.

[8] GARCIA D., Ramón. Ibídem. Pág. 102-103.

[9] Ibídem. Pág. 65.


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