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viernes, 1 de mayo de 2009

ESTOY DESNUDO...



La grisácea mañana cubre la figura.
Estoy temblando de frío en el polvoriento lecho,
temblando el árbol desnudo y angustiado.
Los espejos taciturnos y cansados
yacen marchitos y tirados en el suelo,

escuchando el silbido de la brisa agobiante.

Cantando y soñando en los espejos
penetran vivos los rayos de la luna

riendo en silencio reverdecen su energía,

un clarín y una quena aletean una diáfana melodía,

presurosa y pensativa una naciente rosa se despierta.

No hay lamentos ni pesares en los albores,
una lejana sonrisa en murmullo suena,
el canto del alcaraván victorioso llama
con un profundo y anhelante sentido existencial.
Despierta al espejo dormido en el piso,
se desvanece el manto de la luna.
La vida comienza su camino,
el bastón auxilia al espejo moribundo.


Por Luis I. Rodríguez

miércoles, 8 de abril de 2009

ESPEJO ENCANTADO



Al escudriñar un pensamiento,

tropieza con la máscara ausente y retraída

de aquel rostro carne de ruinas,

mirada perdida en el ambiente natural…

Soy una lamentación. ¡Qué horror!


Todos llevamos la oculta y portentosa máscara

de resplandeciente policromía al natural,

el quehacer mundano se torna deprimente.

La sonrisa a flor color de piedra,

rompe una quimera en el abismo del profundo ser…

Soy una lamentación. ¡Qué ilusión!


Guarda un sabor a voluntad de manantial,

en el áspero panal de la colmena humana.

Una gota de miel se desliza calmada como el agua,

apertura sedienta de tenue sonrisa en la sordidez total.

La máscara fantasmal, refleja al hombre en la visión de sí mismo…

Soy una lamentación. ¡Qué inseguridad!


La inmediatez cosifica al insignificante ser.

Al conocer el rostro ruin y pálido de la figura inhumana,

entraña vacilante y penumbrosa en lo humano,

boga presuroso un existencial encantado

por el penoso camino a la libertad…

La luz centellea en el túnel. ¡Qué oscuridad!


La máscara es la proyección sentencia el yo,

languideciendo en el ‘otro’ ser.

El ‘otro’ es mi espejo encantador,

con reluciente rostro sale triunfante

al encuentro sincero con el otro yo.

Soy un reflejo de luz. ¡Qué alegría!

Por Luis I. Rodríguez