La grisácea mañana cubre la figura.
Estoy temblando de frío en el polvoriento lecho,
temblando el árbol desnudo y angustiado.
Los espejos taciturnos y cansados
yacen marchitos y tirados en el suelo,
escuchando el silbido de la brisa agobiante.
Cantando y soñando en los espejos
penetran vivos los rayos de la luna
riendo en silencio reverdecen su energía,
un clarín y una quena aletean una diáfana melodía,
presurosa y pensativa una naciente rosa se despierta.
No hay lamentos ni pesares en los albores,
una lejana sonrisa en murmullo suena,
el canto del alcaraván victorioso llama
con un profundo y anhelante sentido existencial.
Despierta al espejo dormido en el piso,
se desvanece el manto de la luna.
La vida comienza su camino,
el bastón auxilia al espejo moribundo.
Por Luis I. Rodríguez
Estoy temblando de frío en el polvoriento lecho,
temblando el árbol desnudo y angustiado.
Los espejos taciturnos y cansados
yacen marchitos y tirados en el suelo,
escuchando el silbido de la brisa agobiante.
Cantando y soñando en los espejos
penetran vivos los rayos de la luna
riendo en silencio reverdecen su energía,
un clarín y una quena aletean una diáfana melodía,
presurosa y pensativa una naciente rosa se despierta.
No hay lamentos ni pesares en los albores,
una lejana sonrisa en murmullo suena,
el canto del alcaraván victorioso llama
con un profundo y anhelante sentido existencial.
Despierta al espejo dormido en el piso,
se desvanece el manto de la luna.
La vida comienza su camino,
el bastón auxilia al espejo moribundo.
Por Luis I. Rodríguez
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