Fue una noche de verano. La luna clareaba en el firmamento. Estaba soñando. En realidad, no lo sé.
Alguien golpeó a la puerta; los perros -amigos fieles y sinceros - ladraron. Estaban calmados, como si conocieran al visitante. Lo acompañaron y jugaron un instante.
Abrí la puerta. ¡Oh sorpresa! Un saludo cariñoso recibí del carpintero de la comarca. Él había escuchado un comentario que en casa se solicitaba a alguien para reparar un viejo armario.
El viejo armario de cedro perteneció a dos generaciones y necesitaba una reparación, probablemente un cambio de entre paños, una limpieza o lijada de los cajones. Los inquietos bisabuelos y abuelos habrían guardado en él sus escritos, sus misterios, sus encantos. ¡Qué sé yo!
El carpintero comenzó a reparar el armario. La delicadeza con la que trataba la madera me asombró. Cada pieza era una hoja misteriosa que guardaba recuerdos. La pieza traía su sustancia, una pregunta, una ensoñación.
La remodelación exigió mucha concentración y seguridad. Con ello, él no quiso perder la línea. El trato fue especial. El amor a su trabajo me inquietó. Sin embargo, no quise interrumpir su labor.
El viejo armario le dio ciertos problemas. Las piezas parecían no encajar ahora. Con serenidad, José calculó el puesto de las partes. Lo armó mentalmente. Se dijo a sí mismo, está hecho. Se sentó en silencio. Descansó.
Una ligera brisa entró por la ventana. Los perros ladraron como si alguien hubiese llamado a la puerta.
José recogía sus utensilios. El armario yacía intacto en su nicho. De repente, una hoja se abrió y un cajón salía lentamente.
Un frío recorrió el ambiente. Mis piernas temblaban y de mi garganta no brotó ni un lamento, ni un grito.
El cajón regresó a su puesto y la hoja se cerró bruscamente.
Escuché a alguien salir de la casa. Me moví estrepitosamente, pero no podía seguir sus pasos.
Pedí auxilio a José. Pronto, él estaba a mi lado. Parecía sonreír. Tocaba con sus manos el armario. Lo acariciaba con ternura como si fuese una joya encantada. Sentí curiosidad y traté de preguntar acerca de lo visto.
"Oh, ese viejo armario me pertenecía", contestó José.
Quedé anonadado. No pude pronunciar palabra. Mi angustia siguió hasta la madrugada. Escuché el aullido de un perro.
José salió por la puerta. No le vi abrir la puerta. Todo estaba en silencio.
Desperté asustado y tembloroso. Un sudor frío y penetrante corría por mi cuerpo. Comenzó a amanecer...
Por Luis I. Rodríguez
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