El carácter es como un árbol,
y la reputación como su sombra,
el árbol es la verdadera cosa,
la sombra lo que pensamos de él.
Anónimo
El hombre ignoraba en el olor de campo
la fresca brisa matinal, el trinar de los pájaros,
el ruido del arroyo que corre entre las venas,
el agua que corre presurosa por entre las piedras, el árbol que sacude sus ramas al paso de un viento melancólico, la piedra que descansa a la vera del camino esperando la visita de un ermitaño cansado y meditabundo que se acerca para palpar su frivolidad, la hierba que se levanta temblorosa al sentir la presencia de un invasor,
una rama desconoce sus cabellos desolados en el frío suelo, un insecto palpa una sentencia de llanto encerrado en la oscuridad.
El agua esparcía su esencia entre los dedos y el viento sonreía en los labios de cristal palabras cuyas melodías se extendían en versos llenos
de musgos empapados de pensamientos sueltos que se encendían como las aristas de una azucena de sentimientos floreciendo al tenor de una ensoñación en el umbral del horizonte.
El árbol clamó piedad ante tanta soledad,
y en sus ramas habían peregrinos
cantores de vida alegrando al dueño de su sombra, y la sombra se encerró en el tiempo
esperando el canto de los inocentes que en su nido germinaron cual semilla de vida proyectada
en el aire de pensamientos en el alba.
Los rayos del sol estremecieron el ambiente,
la sombra del árbol recobró sentido y
el arroyo cristalino calentó el espacio de vida
en el claro del bosque, un pensamiento recobró el espíritu inspirador
del hombre que ignoraba su ser dialogal...
Por Luis I. Rodríguez
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