Caminaba en un paraje desértico y abrupto
cuando escuché un eco de tu voz.
Angustiado observé el horizonte,
una sombra se alejaba al atardecer.
Presurosamente traté de gritar,
un nudo impedió el llamado desesperado.
Levanté los pesados brazos clamando y
una brisa gélida detuvo el caminar.
Las manos anhelantes desearon una rosa,
aroma estremecedor, antorcha del vivir.
La soledad enmudeció los pensamientos
y el silencio ahogó la imaginación.
Un viento despertó la imagen sonora de aquella
canción de niño, ilusión de verde esperanza.
Mi cuerpo estaba petrificado,
temblando de fatiga y ansiedad.
La mirada perdida en el entorno, cuando
la noche tendió sus rayos color seda.
La penumbra extendió sus brazos y
la llanura desolada acogió el silencio del humano.
&
La angustia descansa plácida en la gruta de la montaña...
Por Luis I. Rodríguez
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