Escuché el eco de tu voz silenciosa y pensativa
como la luna en el firmamento...
Sentí miedo, corrí con el pensamiento,
no estabas allí...
Temblé al instante como el viejo árbol
golpeado por el impaciente rayo...
Una potente luz me arrojó,
caí de bruces como un niño,
una gota de agua me reanimó,
caminaba en mi angustia existencial...
Me sentí desprotegido, abatido,
la lluvia me abrazaba y consolaba,
la naturaleza castigaba al destructor,
al ciego vivo de corazón...
El agua corría a borbotares por el cuerpo
dispuesta a castigar al hombre,
una luz en la oscuridad,
una razón en la sinrazón...
El eco continuó taladrando en la mente
preguntando por el sentido y
la respuesta fue un soplo de sinsentido...
Me incorporé por un instante,
mi carne temblaba como el alma,
desorientado me aferré al árbol
de la vida que lloraba como niño
la pérdida de su savia...
Las ramas se secaron,
los pensamientos se quemaron,
quedó brillando la imagen de una desilusión...
Por Luis I. Rodríguez
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