En cierta ocasión, un discípulo visitó a su maestro, en el hermoso campo soleado - el instrumento musical de la inspiración -.
¿Qué haces, maestro? - preguntó el joven -.
Solamente admiro y contemplo la abundante cosecha de la madre naturaleza -contestó el letrado.
El principiante al escuchar estas palabras dirigió su mirada a la inmensidad del paisaje. La naturaleza penetró en su corazón. La mirada se hizo profunda e inquietante. La naturaleza habló con su melodiosa brisa y escuchó el canto de los pájaros…
¿Y ese silencio? – interpeló el maestro -.
Temo no haber aprendido ni comprendido las lecciones que producen las pequeñas cosas de la naturaleza – balbuceó tímidamente el indefenso interlocutor -.
Las cosas guardan un misterio lleno de significados, un tesoro escondido, un profundo laberinto de imágenes en el mundo, concluyó entusiasmado el guía y desapareció.
¿Qué haces, maestro? - preguntó el joven -.
Solamente admiro y contemplo la abundante cosecha de la madre naturaleza -contestó el letrado.
El principiante al escuchar estas palabras dirigió su mirada a la inmensidad del paisaje. La naturaleza penetró en su corazón. La mirada se hizo profunda e inquietante. La naturaleza habló con su melodiosa brisa y escuchó el canto de los pájaros…
¿Y ese silencio? – interpeló el maestro -.
Temo no haber aprendido ni comprendido las lecciones que producen las pequeñas cosas de la naturaleza – balbuceó tímidamente el indefenso interlocutor -.
Las cosas guardan un misterio lleno de significados, un tesoro escondido, un profundo laberinto de imágenes en el mundo, concluyó entusiasmado el guía y desapareció.
Por Luis I. Rodríguez
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