miércoles, 29 de abril de 2009

LA POESÍA EN AURELIO ARTURO


La poesía en Aurelio Arturo es el reflejo de la vida, de la cotidianidad. La poesía es aprender a caminar con el sentido de las palabras. Es la visión del cosmos de un niño que está aprendiendo a soñar, a imaginar y a construir su edificio personal. Las imágenes soñadas son aquellas brisas leves que van dejando huella en la mente del infante.

La palabra es una canción que genera sentido y vibra musicalmente en el aletear imaginativo de nuestro quehacer en el aula interna y externa. La palabra posibilita entender las notas melodiosas del arpa de la naturaleza y la voz del silencio. El silencio habla y se deja cuestionar a sí mismo. El silencio es auto-reflexión.

El silencio es el camino reflexivo que interroga nuestro ser en trascendencia, es decir, el pensar en nuestro futuro. El silencio es el momento que nos permite indagar por nuestra realidad juvenil. El silencio es el verdadero amigo de concentración específica en el que escuchamos la voz interior - de nuestra conciencia -, una voz interior que nos impulsa a generar un cambio de actitud en nuestro quehacer cotidiano.

El silencio habla y genera ideas que descienden y posibilitan una salida a nuestra inquietante superficialidad. ¡Qué brillante idea! –nos dicen-. Sí, somos pajarillos que jugamos, reímos, cantamos, pensamos. Las ideas que brotan de nuestra mente nos hacen “estremecer en el sueño” generador y esclarecedor de nuevos significados. ¡Qué hermoso símil nos presenta Aurelio Arturo, el poeta!

El niño soñador vive en un presente eterno, “y subía a las montañas y a la nieve lunar de las montañas”. El niño vive fuera de sí – ideando - “un relato de magnificencia y catástrofes”, de novedades y riquezas en ese trajinar los caminos de la vida. El encanto de su visión inocente, temprana y carismática deja perplejo al adulto. La riqueza expresada en sus sueños contrasta con nuestro caminar cansino.

El niño es el personaje protagónico de la evidencia natural, el que despierta y ve el alba que lo conduce al encuentro de sí mismo, con un solemne cortejo de ideas.

Por Luis I. Rodríguez

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