jueves, 7 de mayo de 2009

EL SENTIDO MATERNAL



“Si dentro de ti
está la raíz del amor,
no podrá salir de ti,
sino amor”.

San Agustín

Los poemas cantan y danzan incesantes al ‘tesoro’ más preciado que camina junto de la mano con el producto del ‘Amor’. Con mirada tierna estremece al ‘ser’ de sus entrañas, haciendo palpitar la piedra existencial en procura de ternura y armonía filosofal. Un enternecedor lamento escenifica la obra teatral en la relación dialogal Madre – Hijo, prototipo de la comunicación sincera y respetuosa.

Eres, ¡Oh Madre, una fuente inagotable de energía dinámica! ¡Oh Poesía del Amor, encanto del Misterio, Filosofía de la existencia, Motor de la vida! ¡Oh Figura de la vida, dadora de la vida, siendo vida! ¡Cuántas tristezas soportas en la ventura del cosmos, mostrando un trascender en el escabroso camino hacia el Manantial! ¡Cuántas alegrías proyectas en el quehacer filial! ¡Cuántas ilusiones quisieras ver realizadas en aquéllos primeros pasos del azar matutino! ¡Cuánta ternura dada al amamantar al ser de tus entrañas! ¡Cuántas lágrimas y desvelos en la crianza de los suyos!... Eres, ¡Oh Madre, el Mar Océano! Encanto del poeta, traductora de insignes significados positivos en el itinerario de aquél ilustre ensoñador que emprende la aventura cimera del azul proyectado en la infinitud cercana.

La brisa está jugando con los rizos maternos, escondidos en el claro ondulante de un pensamiento que, cual espuma vierte conocimientos en lo cristalino del vientre.
Eres, ¡Oh Madre, - dice Carlos Pellicer - “aquel Mar pintado de azul. / El alma suelta en azul. / Azul, azul, azul. / El día jugó su as de oro / y lo perdió en tanto azul. / Y el silencio dijo en coro / Ya mañana no hay azul!”... El camino está lleno de obstáculos y de vicisitudes, no tiene un término. La lucha cotidiana emerge en un nuevo azul vida de un perfil horizonte lleno de amor, comprensión, unidad familiar, respeto, sinceridad... hacia quien aprecia y valora la compañía maternal.

Eres, ¡Oh Madre, un tesoro escondido! Guardas en tu interior ojos avizores para irradiar mensajes de nueva vida que silenciosos, proyectivos y traviesos, mostrarán al Creador, el fruto del Amor. La figura capaz de sonreír y cantar la infinita gratitud humano - divina. Un refugio de la ensoñación del caminante, de paso firme, tiende la mano para llenar de entusiasmo a quien busca nuevos soles, así como “las nubes salieron volando del sueño del Sol”.
Las hojas primaverales están creciendo en el árbol de la vida y, pronto reverdecen a la luz enérgica de una tierna mirada que agita los ágiles pensamientos de amor en luz de filial vida.

La fe maternal es la luz que brilla en la inmensidad oscura del universo. Por eso, la belleza maternal está cimentada en el corazón palpitante y en los ojos de quien mira hacia el Infinito.
Madre, eres el camino significativo que conduce hacia la Perfección. Vives con intensidad el Poder maternal, alimentando al insignificante ‘ser’ de savia hacia el pedestal de la Plenitud a la luz del Amor. Porque – como afirma Gibran Khalil Gibran - “el amor sólo da de sí y nada recibe sino de sí mismo. El amor no posee, y no se deja poseer: porque el amor se basta a sí mismo”.

Madre, eres el símbolo viviente de la felicidad y la sazón de la vida en el enseñar a volar y a defenderse en la inmensidad. Abres las ventanas de la esperanza al hijo afligido. Tiendes la mano al caído. Enseñas con ternura los valores cristianos. Sin su presencia las cosas carecen de valor real y los vuelos en la cotidianidad serán como “aquella idea ilimitada de la libertad, una imagen de la Gran Gaviota... en vuestro propio pensamiento” – como dice R. Bach -. La sonrisa que muestras es la revelación del alma que siembra el anhelo de vivir camino a la cima de la felicidad filial y al encuentro con Dios.

En conclusión, ¡Oh Madre, “conoce tu verdadero valor y no fallecerás. La razón es tu luz y tu antorcha de la Verdad. La razón es la fuente de la Vida. Dios te ha ofrendado el Conocimiento para que a su luz no sólo le adores a Él, sino que te mires a ti misma con tus flaquezas y con tu fortaleza!”.

Por Luis I. Rodríguez

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